Karina Sainz Borgo / 2007
Su mirada deshabita los lugares, los desampara. Parpadear; fotografiar. Es lo mismo: provoca un barrido. Luis Molina-Pantin (Ginebra, Suiza, 1969) no retrata los objetos; escucha a través de ellos. Habla en su idioma. Captura el silencio, ese instante en el que uno podría llegar a preguntarse si sus imágenes se burlan de nosotros o si sólo están allí, quietas, a punto de estallar.
A través de su lente han pasado lámparas kitsch, escenarios de telenovela; han estallado torres petroleras y capturado –como una caja china- la imagen de una vetusta revista Élite con la ilustración –aún imaginaria- de un terremoto que azotaría Caracas. ¿Apocalíptico? ¿Un rapto del síndrome Blade Runner? No se trata sólo de eso. La de Luis Molina-Pantin es una obra arqueológica, ubicada más allá de lo fotográfico. En ella acumula lugares colectivos aparentemente devaluados y los detiene, mirándolos intensamente hasta romperlos.
Desde el comienzo de su obra, Luis Molina-Pantin ha explotado la poética del lugar genérico o, en tal caso, del no-lugar. Se fija en lo que nadie ve. Encuentra, excava, captura. Se hace con el reverso de las cosas, sin la más mínima intención de agregarle más de lo que tiene.
Desde el I Salón Pirelli de Jóvenes Artistas (1993), donde presentó una serie de retratos en blanco y negro que bien podrían haber sido los de un artista inexperto, Luis Molina-Pantin dejó de lado la anécdota, la sombra cursi o el gesto esperado. Sencillamente miró a sus modelos –una cajera de supermercado, un conductor de autobús- a través de una cámara con la que descifra ese otro vacío que rodea las cosas. Su lenguaje, que siempre se ha caracterizado por ser sobrio y directo, aprisiona las imágenes en el límite de su propio marco. Él es quien decide cuándo los objetos harán silencio.
Desde la mirada viajera, siempre transeúnte, de Present, Past, Future (1995), cobrando el peso de la exageración y la hiperrealidad como sátira en Postales Apocalípticas (1996) hasta llegar a una elaboración más fina y compleja en Inmobilia (1997) y, finalmente, en Nuevos Paisajes (1999-2000) y Best-sellers (2001) Luis Molina-Pantin convierte el objeto en paisaje cultural.
El juego deliberado de imágenes dentro de imágenes -a la manera de un readymade- que ejecuta Molina-Pantin en su serie de fotografías de souvenirs –yesqueros, lámparas, ceniceros-, hacen del paisaje un “lugar común” esterilizado por el uso. Ese mecanismo aparece también en proyectos como Confort 1996-2000 (2000), una puesta en escena fotográfica con la estética de la línea aérea Lufthansa.
Lo artificial no es el lugar físico que los encarna, sino el mecanismo progresivo por medio del cual las imágenes pierden contenido a medida que el artista se separa –y nos separa- de ellos. El desapego es un lenguaje que Luis Molina-Pantin vuelve a utilizar en su serie de fotografías St. Moritz (2006), una colección de irónicos paisajes, tan perfectos como artificiales.
Capturados con la estética impersonal de un catálogo turístico, Luis Molina-Pantin registra el pueblo de St. Moritz, uno de los lugares favoritos de las celebridades para vacaciones invernales. Se trata de algo así como un repertorio de vanidades; pegatinas extrañas; no-lugares privilegiados, impersonales, risibles.
La paradoja de agrupar en un mismo espectro visual el paisaje inmaculado de montañas blancas con otro completamente delirante, lleno de tiendas y calles con una estética que convierte el lujo en parque temático, inyecta a la serie una fuerza aún mayor. Nevados picos y tiendas Cartier y Hermes encajadas en la bucólica fachada de las casas con aire de pueblecillo suizo, todo a la manera de una perversión vacacional, un Walt Disney exclusivo.
Tomadas en Suiza, el país donde nació Molina-Pantin, las fotografías de St. Moritz completan una sátira de la idea del bienestar. Elaboradas en su conjunto con una forma de mirar que captura la estética de Ansel Adams, St. Moritz se desparrama como una risa dentro y fuera de su contexto. Egresado del San Francisco Art Institute, cuyo departamento de fotografía fue fundado por Adams, Luis Molina-Pantin recoge –y rehace- una manera de mirar que crea lugares aún más absurdos al ser expuestos en un contexto tropical, exótico, completamente ajeno a ese orden artificial que pierde y adquiere nuevas capas de sentido según quien las mire.
Abandonadas en una sala de exposiciones, las imágenes de St. Moritz resumen ese bochornoso instante en el que uno vuelve a preguntarse si las imágenes de Luis Molina-Pantin se burlan de nosotros o si sólo están allí, quietas, a punto de estallar.